martes, 15 de noviembre de 2011

La enhorabuena

Cuando alguien te da la enhorabuena por algo es en eso en lo último en lo que piensas antes de cerrar los ojos y echar a dormir. Pocas cosas hay tan gratificantes. A veces, nuestro ego, el egoísmo en el que se ahoga últimamente la sociedad y las relaciones humanas nos impiden reconocer y hasta apreciar aquello que realmente consideramos como digno de merecer nuestro alago, sin tener en cuenta que pocas monedas valen tanto como la felicitación, aún siendo algo con lo que desgraciadamente no se puede comer ni vestir.

Adelante, Algeciras

Esta Algeciras nuestra sabe tela marinera de desaparición. Ella misma ha sufrido varias a lo largo de su milenaria historia, a manos de hombres que se rindieron en vez de seguir luchando y que pretendían evitar a toda costa que su ciudad siguiera malviviendo, o eso entendieron, en manos del ajeno. En el pasado más reciente, también desaparecieron muchos emblemas de la ciudad, sin ir más lejos, El Mirador, entre otros que cualquiera puede enumerar no sin nostalgia. La destrucción nunca puede ser positiva.

Por este motivo, los que creyeron en seguir luchando por el Algeciras CF están ahora de enhorabuena. Todos los algeciristas lo están en realidad, incluso los que se decantaban por la cobarde desaparición del club para resolver sus problemas. Hoy, previo al encuentro ante el Racing Portuense, se ven hijos y padres de la mano camino de un lugar y una pasión común, amigos compartiendo un punto de encuentro, camisetas albirrojas, y familiares y vecinos orgullosos de ver jugar a los suyos con los colores de su tierra.

El final de los primeros cien años del club está sirviendo de alguna manera para cerrar un ciclo y ese Centenario que se está celebrando es la transición para abrir un nuevo Algeciras CF que tenga muy encuentra los errores pasados. El mismo de los ascensos a Segunda, el del triunfo en el Bernabéu, el de los derbis. Pero a la vez, otro Algeciras, con un nuevo himno (el del maestro Chico Valdivia), una nueva mascota, nuevos ídolos, otras caras y otra cara, otro proyecto, otra relación con la ciudad que reprensenta... Reformar, en vez de destruir y volver a levantar.

Hoy las voces de la desaparición del club suenan más débiles. Esta tarde, en los corrillos que se forman en las gradas del Nuevo Mirador se habla mucho más de si el equipo tiene o no posibilidades de jugar liguilla y subir, de su centro del campo, de si Yiyi debe jugar con este o el otro esquema, de que vaya porterazo tenemos, de si hay que sacar a Manuel, Alvi, Francis o George... En definitiva de fútbol y del Algeciras, lo que demuestra que ambas cosas siguen muy vivas en la ciudad, a pesar de los pesares. Como decía su antiguo himno: Adelante, Algeciras.

Artículo publicado en la revista del Algeciras CF Speciá

jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Qué hacen rosas rojas en la orilla del mar?

La palabra 'no' puede llegar a pesar como cien kilos de plumas. Era eso lo que me aplastaba interiormente. Su no. La lluvia fuera caía a cántaros pero el peso de esas dos letras juntas podía más que la lógica, que la cordura. El abrigo, el sombrero, la capucha no eran  más que objetos que intentaban engañar a mi razón. En realidad deseaba mojarme también por fuera.

Caminé primero bajo la luz de las farolas para luego envolverme en la oscuridad. Allí varios gatos callejeros me observaban incrédulos. Recorrí el espacio que había hasta la playa. La arena mojada, a cada paso más dura, me soportaba con menos esfuerzo del que yo caminaba. Las lágrimas se camuflaron con las flechas que se colaban a pesar del sombrero, a pesar de que la lluvia caía a plomo. En la orilla, el agua dejó de oler dulce para oler salada. Recorrí unos pasos en el límite del mar cuando ví un objeto fuera de lugar. Algo con lo que las olas jugueteaban. Era una rosa. Grande y roja. La tomé como el que teme dañar aquello que toma. No olía a la flor que es, olía a mar. Más o menos a como huele una caracola. Y su sabor era a arena masticada.

Con ella en la mano seguí paseando. Una imagen me hizo soltarla, olvidarla. Entre la cortina de agua que caía adiviné más flores, más rosas. Salpicaban la orilla como si a cada millones de gotas de lluvia cayera una de ellas. Eran traidas y llevadas por las olas, jugueteaban con ellas, como el juguete nuevo y extraño que era. Anárquicas se veían en el lugar donde limita el océano y la tierra, anárquicas iban y venían, de ida y vuelta.
Tomé una. La soltaba. Tomaba otra. La olvidaba. Quería adivinar qué hacían allí sin preguntarme qué hacía yo allí. También era yo un objeto extraño. Una playa desierta, madrugada, otoño, diluvio, frío. Ellas pudieron preguntarse lo mismo sobre mí. Tal vez eran flores para un amor ahogado.