domingo, 1 de mayo de 2011

La metamorfosis de Poveda

Foto: África Mayi
Cuando Miguel Poveda se despertó después de un sueño increíble, se encontró en medio del Villamarta convertido en un monstruo del flamenco.

Había culminado una tarde-noche de duro trabajo, con martillo y cincel, sobre una piedra dura pero que consiguió transformar, esculpir, en un meritorio espectáculo. Aunque para metamorfosis, la suya. Poveda disfrazó su voz una y otra vez de los grandes maestros trazando un mapa impresionista del flamenco. Pero quien espere de 'Historia de viva voz' un espectáculo didáctico, que se olvide. La lección debe llevarse aprendida. Quien quiera aprender que compre un libro. Aunque tal vez no hubiese estado mal algo que guíe a nosotros los profanos.

A este espectáculo se viene a embriagarse de compás, a contagiarse de la experiencia casi mística en la que se imbuye el cantaor catalán durante casi tres horas en las que va canalizando esencias de Caracol, Camarón, Chacón, La Paquera, Triana, Los Puertos, Jerez... Hasta ahí y más allá llega la capacidad camaleónica de la voz de mil registros de Poveda. Quejíos, susurros, compás, molinetes, gracia cuando toca, sentimiento cuando no, tics, hechuras.

Es difícil localizar el clímax del espectáculo. Hubo varios. Uno de ellos cuando se interpretó por fiestas, por Cádiz, mostrando esa particular forma de hacer flamenco que o se tiene o no se tiene. Miguel Poveda ahí aprueba con buena nota y su bailaora, Laura Rozalén, sobresale. El complicado público jerezano, que abarrotó el Villamarta, en ese momento reaccionó y lo reconoció.

También reconoció cuando Poveda se atrevió, que atrevimiento es, por bulerías de Jerez, por Jerez en general. Elegancia y frescura. Flamenco puro sin conservantes ni más colorante que una iluminación sobria que imita el día y la noche.

Hubo tiempo para cameos de lujo con Rancapino, el Grande y el Chico, para lucimientos al toque de Chicuelo, para apuntar la evolución del cante con disfraz de Morente y la Leyenda del Tiempo. Y todo mientras el tiempo iba cayendo, como en un reloj de arena, en el caracoleo de variedades del flamenco, palo mayor del arte. El recorrido terminaba como un despertar para el espectador mientras Poveda, un cantaor de salón y casi de biblioteca, acababa de poner una pica en Jerez.

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