Los pasillos del gran establecimiento se quedaban atrás sin vida, cargados de objetos inertes y yo allí, en busca de un ser vivo cual encargado del proyecto SETI. La búsqueda de respuestas no es fácil. El lugar es oscuro, triste, frío como la ferretería de un pueblo fantasma. Al final de una de las inanimadas calles parece apreciarse un reflejo tras el que sigo con impaciencia, como queríendolo acercar con una cuerda, pero al llegar me doy cuenta que sólo era eso, un reflejo, un espejismo. Nadie, nadie, nadie.
No, no es un relato postapocalíptico, aunque podría serlo. Tal vez lo sea, o sea preapocalíptico, cualquiera sabe. Son simplemente las sensaciones que usted puede sentir en uno de esos grandes almacenes. Donde antes había mil insistentes dependientes hoy cuesta trabajo encontrar uno sólo que atienda a las necesidades (entre comillas lo de necesidades) de los clientes. Parece un problema menor, una queja aburguesada pero no si se mira desde el punto de vista laboral. De la otra parte. ¿Dónde está toda esa gente que antes estaba y ahora no?, ¿qué historias personales hay tras el despido?, ¿y tras la crisis?.
El mundo, el que conocemos, el nuestro, está últimamente más apagado, solitario, silencioso, es más impersonal. Es peor. Se palpa y se siente. ¿Quién dijo crisis?.
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